04 noviembre 2014

EN ESE LUGAR, EN QUE TANTO HEMOS VIVIDO


   Cuantas veces vi la alegría derramada por los rincones de la pequeña estancia, casi siempre inundada de una penumbra que al poco se desvanecía; y era allí donde acostumbrábamos a permanecer con dulce abundancia de ternura, hasta que el día resolvía la duda de su liviana existencia al llegar el final de las suaves luces que, impertinentes, se colaban por las pequeñas rendijas de la celosía, solo cubierta por un fino velo pretencioso que intentaba defendernos de las ligeras brisas marineras.
   Livianas y discretas sensaciones de frio prendían en la piel, mientras nos apresurábamos a buscar refugio entre la calidez que hospedaba las sábanas y  todas las caricias que podían abarcar nuestras manos.
   Siempre estuvimos por encima de nuestras propias realidades, pues  ignorábamos las riberas inhóspitas que albergaban las pequeñas sombras, cuyos ecos se extendían por nuestras vidas, lo  que  superábamos con palabras y risas  para descabalar las rebuscadas maledicencias.
   Éramos nosotros queriéndonos, lo que éramos. Una verdad muy lenta donde los días se abstraían al compás de nuestros actos, el acontecer de muchos instantes en el tiempo que se iban difuminando con la delicia cómplice de nuestros secretos.
     Quiero   guardar   siempre   en   la   memoria   última,  las sensaciones  de ese amor inaudible y transparente que se precipitó en nuestras vidas, aunque la presencia insaciable del tiempo asedie con sus signos nuestras presencias y nos quedemos por siempre en las vagas lindes de una realidad vertiginosa

No hay comentarios:

Publicar un comentario