19 noviembre 2014

SOLEDAD


      Estaba como los árboles sin hojas y con los ojos más tristes que un atardecer sin luz. Su mirada hablaba de la noche y del asombro y no quedaba en el aire ni la brisa de su aroma ni la dulzura de sus gestos. Su joven voz de verano estaba desprendida, remansada en los estanques de un cuerpo nebuloso que habitaba enclaustrado en su único pensamiento, el absurdo humano que hace del amor el escalofrío y el asombro. 
        Era un laberinto rodeado de volcanes, un horizonte de fuegos del que no esperaba nada, ni siquiera una  palabra de futuro. Y sin embargo seguía paciente esperando que corriera el tiempo, mirando los soles que nacen y se ponen cada día, mientras sorteaba como una sombra la pradera de los hombres.
                        

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