Caen como frías lágrimas los viejos ramajes
de los desordenados sentimientos
en la dura soledad de la memoria;
en las torpes horas en que el desencanto
emprende su agónico regreso
hacia las vanas sombras de
remordimientos.
Confuso recuerdo de los tiempos
ausentes de luz, entre gritos de
conciencia
que caminan por el cauce suave del
tiempo.
Una niebla de aroma se queda prendida
en el secreto sollozar del alma,
en la tarde, cuando nace el llanto,
al quebrar el alba;
o en las tardías madrugadas
cautivas y vacías,
plomizas de luz,
entristecidas.
Lejos quedan las ternuras de un corazón
silencioso, como una sombra inquietante
y pasajera en la agitación del tiempo;
y la distancia de un presagio
que se convierte en una frontera
de palabras escondidas
en un espacio sin memoria.
Hay carencias que flotan en el espacio
como recuerdos hechos de ausencias,
como torbellinos de soledad y miedo.
Y es ahora cuando se evoca el momento
en que se cerró para siempre la puerta;
estruendoso ruido de culpas lanzadas
como bofetadas en el aire
sin encontrar destino
ni dueño.
Siguen cayendo como frías lágrimas
los viejos y desordenados sentimientos,
mientras nos queda el goce de estar
tristes,
antes de que nos bese el sueño.
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